No te voy a descubrir nada nuevo si te digo que la manera de decir las cosas, más que las cosas que se dicen, suele ser la principal fuente de problemas en la comunicación. No son pocas las personas que se quejan sobre el trato que reciben y se sienten mal por el trato que profesan. Los estudiosos de la comunicación lo saben muy bien desde hace mucho tiempo y la mayoría de ellos suelen estar de acuerdo con aquello de «un gesto vale más que mil palabras». Tanto es así que el componente no verbal representa el 50% de la comunicación. Albert Mehrabian, psicólogo norteamericano, diseccionó la importancia de los mensajes que emitimos y recibimos: el 7% es verbal (es el contenido literal de lo que decimos), el 38% es vocal (tono de voz, prosodia, volumen, entonación, etc.) y el 55% corresponde al lenguaje no verbal (señales y gestos). De manera que no te sorprendas si en ocasiones hay un fallo en la comunicación y crees haber dicho lo que realmente querías decir, porque sólo le estarás dando importancia a un 7%. Quizá el error consistió en la manera de decirlo, en el tono elevado, en el uso de cierta ironía o en los gestos despectivos involuntarios que acompañaban a lo que estabas contando. Nuestro lenguaje corporal nos delata.
Y ahí vienen las recriminaciones de muchas parejas en mi consulta: no me gusta el tono en que me habla, no me gusta cómo me dice las cosas, no soporto cómo me trata cuando hablamos, detesto su ironía y sus gestos, etc. Para poder trabajar una buena comunicación en la pareja se hace necesario fomentar el uso de una comunicación positiva, que se resume básicamente en saber escuchar y saber expresarse de manera asertiva. Para poder escuchar a alguien no basta con estar ahí mientras habla, hay que mirarla, hay que responder con nuestros gestos y hay que hacerle entender que realmente estamos en actitud receptiva. No es raro ver la desesperación entre algunos de mis pacientes cuando me dicen «pero si yo la escucho», y acto seguido la mujer responde «sí, mientras te hablo estás ahí mirando la tele». Se puede llegar a recibir el mensaje, no lo niego, pero la actitud de escucha brilla por su ausencia.
La mayoría de la gente suele fallar a la hora de usar un lenguaje asertivo, moviéndose normalmente en los otros dos estilos comunicativos: el pasivo (no dice nada, calla y así evita el conflicto) y el agresivo (explota sin tener en cuenta los sentimientos de los demás para poder conseguir lo que desea o porque ya no puede más por haber callado demasiado). El error se produce, en muchas ocasiones, por la ignorancia de ciertos derechos: tenemos derecho a negarnos ante una petición, tenemos derecho a cometer errores, tenemos derecho a no justificarnos delante de los demás, podemos pedir un cambio de comportamiento, podemos expresar emociones y opiniones aunque sean distintas a las del otro, tenemos derecho a pedir lo que necesitamos, no tenemos por qué seguir los consejos de los demás y tenemos derecho a que se nos reconozcan nuestro logros. Si se desconoce todo esto, se comete el error de reprimirse en la comunicación o sobrepasarse en su expresión. Una persona tiene una conducta asertiva cuando defiende los propios intereses, expresa sus opiniones libremente y no permite que los demás se aprovechen de ella.
No te limites a prestar atención a lo que quieres decir, pon todo su empeño en encontrar la mejor manera de decirlo y verás como muchos de tus conflictos actuales se reducen con el tiempo. No acumules, no reprimas, ejerce tus derechos e intenta que todo tu cuerpo acompañe a tus palabras. Lo decía Shakespeare: «Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón». Habla con ella.